PERU & BOLIVIA 2024
Iquitos
Durante la segunda semana, viajamos a Iquitos, la ciudad más grande de la Amazonía peruana. Esta parte del viaje fue la menos planificada, y nuestra intención era simplemente dejarnos fluir. No sabíamos que este enfoque encajaría perfectamente con la personalidad relajada de los iquiteños. Al aterrizar, pudimos ver desde el aire la forma serpenteante del río Nanay—uno de los afluentes que se une al río Amazonas, el cuerpo de agua más grande de la región y que alimenta la mayoría de los ríos del sur del continente. Pronto entenderíamos cómo este río marca el ritmo de vida en Iquitos.
Nuestro único contacto previo a la llegada era Leslie Tucno, curadora educativa de Balsa Bufeo, una galería flotante dedicada a las prácticas artísticas comunitarias amazónicas, fundada por el artista contemporáneo Christian Bendayán. Antes de aterrizar le preguntamos si conocía a un taxista de confianza, ya que habíamos leído que el principal medio de transporte en la ciudad eran las mototaxis, y nos envió al señor Mike para que nos recogiera. Al salir del aeropuerto, no sabíamos a quién buscar, así que esperamos un rato hasta que escuchamos a alguien gritar “¡Amiga de Leslie… amiga de Leslie…!”. Así conocimos a un hombre de mediana edad, con estilo rockero y el cabello largo: nuestro nuevo amigo, quien nos acompañaría durante el resto del viaje. Cada día en Iquitos fue diferente, y tuvimos que adaptarnos constantemente. Debido al calor intenso, con una atmósfera siempre húmeda y calurosa, que supera los 30°C, la ciudad despierta más temprano que la mayoría, se detiene al mediodía y reabre por la tarde.
Nos encontramos con Leslie para cenar y conversamos sobre nuestros proyectos e intereses en común. Unos días después, tuvimos la oportunidad de visitar la Balsa Bufeo en su sitio de temporada seca (porque por ser época seca no podíamos navegar el Nanay). Estar en este tipo de embarcación, que normalmente es usada como bote de fiesta por los locales, nos inspiró por su mandato de servir al río profundo: un medio de acceso para llevar el arte a comunidades remotas.
También nos reunimos con Karina Tarazona durante nuestra estadía en Iquitos, a quien habíamos conocido por casualidad la semana anterior en el XI Encuentro Iberoamericano de Museos. Ella es antropóloga en el Museo del Ministerio de Cultura en Iquitos, una entidad del gobierno encargada de la preservación de materiales de archivo. Karina se mudó a Iquitos por este trabajo, y como antropóloga apasionada, se sentía afortunada de haber encontrado un puesto especializado en su campo. También compartió con nosotros muchos de los desafíos de ser funcionaria pública en una comunidad relativamente aislada. Cosas como la humedad representan enormes retos para la preservación de materiales naturales, y el equipo de conservación puede tardar meses, incluso años, en llegar. En el depósito, reposaban unas vasijas de cerámica de gran tamaño. Karina nos contó que habían llegado al museo después de que un proyecto de construcción las descubriera durante la fase de excavación. Al no saber qué hacer con ellas, decidieron enviarlas al museo más cercano. La manera en que Karina hablaba de las vasijas dejaba entrever su profundo compromiso con la conservación del patrimonio. Su preocupación por preservarlas y entender su historia nos reveló el gran amor y respeto que siente por la colección. Para nosotras fue evidente que ese vínculo afectivo es una de las fuerzas vitales que mantienen al museo en marcha.
Además, gracias a Leslie, conocimos a Marcelina Chichaco. Ella es una artista textil Bora que trabaja con corteza de árbol de yanchama y fibras de chambira. Al igual que muchas otras partes del viaje, esta visita fue espontánea. Nos comunicamos con Marcelina por WhatsApp y nos envió una dirección con instrucciones bastante generales. Al día siguiente, íbamos en mototaxi bajo la lluvia con el señor Mike, atravesando una zona sin calles oficiales, sin nombres ni numeración. Fiel a su estilo humorístico, el señor Mike comenzó a preguntar por direcciones inventando una historia casi de telenovela sobre por qué necesitábamos encontrar a Marcelina. Para nuestra sorpresa, muchas personas sabían exactamente quién era y nos indicaron el camino con amabilidad.
A medida que avanzábamos, el terreno se volvió muy difícil para la mototaxi, así que seguimos a pie por un sendero lodoso hasta que finalmente llegamos a la casa de Marcelina. Nos recibió con una sonrisa cálida y nos presentó a su esposo y a su hijo. Mientras nos mostraba su hogar, vimos muchos de los objetos hechos a mano que ella hace: bolsos estilo shicra y cedasos o isarafues, coladores planos y circulares que se usan para cocinar. Marcelina señaló un árbol fuera de su casa, explicando que su corteza más oscura se usa para añadir color a los diseños en los isarafues. También nos mostró las fibras de chambira que tenía colgadas para secar; debido a la lluvia, tendrían que estar más tiempo afuera antes de poder hilarse.
Marcelina y su hijo Robert nos llevaron a una habitación, donde comenzaron a demostrarnos cómo hilar chambira usando solo las manos y las piernas, sin necesidad de huso. Su destreza era evidente, produciendo hilos continuos y parejos, lo suficientemente largos como para enrollarse en ovillos. Mientras Camila dominó rápidamente la técnica, Karina y el señor Mike luchaban por evitar que su chambira se deshiciera, por lo que el señor Mike decidió convertirse en el fotógrafo oficial de la sesión, mientras ambas comenzábamos a tejer en crochet con nuestros hilos. La visita terminó con Marcelina regalándonos generosamente una muestra de corteza de yanchama trabajada, junto con una cálida invitación a volver para aprender a recolectar la corteza del árbol por nosotras mismas.
Finalmente, visitamos el Museo de Culturas Indígenas Amazónicas, el Museo de Iquitos y la Biblioteca Amazónica, donde consultamos libros de interés sobre la historia de la ciudad, incluyendo el auge del caucho a fines del siglo XIX, un periodo marcado por el genocidio y la esclavitud de pueblos indígenas, cuyas consecuencias aún se sienten en la población.
Nuestra visita no se limitó a la investigación; también queríamos conocer más sobre la ciudad, su gente y su contexto. Un día, fuimos a recorrer un mercado local en busca de brebajes medicinales y frutas típicas de la región. También visitamos el barrio de Belén, donde las viviendas son humildes, muchas de ellas construidas en altura, ya que durante la temporada de creciente el río transforma gran parte de Iquitos en una ciudad acuática, donde las mototaxis son reemplazadas por botes y balsas.
Nos impresionó pensar que, en pocos meses, varios de los lugares que recorrimos estarían completamente cubiertos por agua. Es asombroso imaginar la fuerza del río y cómo quienes viven allí aprenden a moverse al ritmo de su caudal, como si bailaran con él.
Así nos despedimos de Iquitos, soñando con regresar en época de creciente para navegar en la Balsa Bufeo, cortar yanchama y reencontrarnos con los nuevos amigos que nos regaló este tramo del camino.
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